Estamos inmersos en un orden económico que hace años ha roto definitivamente con el viejo paradigma que ha regido el mundo basado en la escasez y las restricciones derivadas de la naturaleza finita del capital, el trabajo y la mano de obra. Así, el nuevo orden se sustenta sobre los pilares del conocimiento, la innovación, la tecnología y la colaboración entre países y agentes, y desafía abiertamente el orden anterior y su teoría de la escasez porque la economía del conocimiento y la innovación crece y se extiende más cuanto más se usa hasta convertirse en la principal fuente de competitividad real para los países y las regiones.
Uno de los principales retos que tiene Euskadi para generar empleo de calidad, incrementar la riqueza económica y mantener y mejorar la calidad de vida de sus ciudadanos es consolidar una nueva economía industrial basada en el conocimiento. Una apuesta en la que están involucrados los principales países desarrollados como EEUU, Reino Unido, Alemania, etc. Una economía abierta, sostenible, innovadora y tecnológicamente avanzada apalancada en dos pilares, la competitividad de las empresas capaces de ofrecer al mercado productos innovadores y un sistema de I+D+i, especializado, con el tamaño crítico suficiente para desarrollar soluciones de valor y conectado a nivel internacional, que en colaboración permanente con las empresas pueda ayudarles a competir a escala global desarrollando una industria de fabricación (“Thought”, pensada y “made” en parte), exportadora y competitiva a escala internacional.
Estamos frente a un mundo cada vez más interconectado, con un consumidor más reflexivo y con múltiples opciones de elección. En este escenario de incertidumbre, el enfoque en mejorar la competitividad empresarial ha sido uno de los factores clave, ya sea para empresas o instituciones. Competitividad que ha estado marcada mayoritariamente por un objetivo de reducción de los costes de todo tipo, con el fin de lograr precios más competitivos en el mercado. Sin embargo, la reducción de costes es limitada y no hay mucho margen de maniobra en este sentido. El nuevo estadio es la economía de la innovación y el “time to market”, el llegar antes que los demás, y de forma diferenciada, al mercado.
En definitiva, la competencia a través de los costos más bajos debe ser compensada por la innovación de vanguardia en productos, procesos y servicios. No hay otra alternativa para los países con salarios altos y mayores costes de operación.
Hoy en día existen en el mundo más de 300 ciudades más grandes que Euskadi. Además, no disponemos de recursos naturales que nos permitan generar riqueza por su explotación y comercialización, por lo que somos muy dependientes de todo tipo de materias primas, que se encarecerán en el futuro haciéndonos perder competitividad. Vivimos en un mundo urbano. La mitad de la población mundial ya vive en ciudades y genera más del 80 por ciento del PIB global. En 2025 será todavía mayor. El paisaje urbano de la tierra parece ser estable, pero su centro de gravedad está cambiando decisivamente, y a gran velocidad. En los próximos 15 años, la composición del grupo de las principales ciudades cambiará a medida que el centro de gravedad de la población urbana mundial se mueve al Sur y, aún más decisivamente, al Este.
Nuestra capacidad de generar recursos está basada, casi en su exclusividad, en la productividad de las personas y de nuestras empresas. En el nuevo escenario y para un país como Euskadi, que tiene como principal palanca para generar valor el conocimiento de las personas, la innovación es la garantía de supervivencia, ya que es necesaria una adaptación rápida a una coyuntura nueva y desconocida, donde se exige poner en valor las nuevas tecnologías y conocimientos y amortizar las existentes.
Euskadi cuenta con una serie de fortalezas sobre las que poder construir unas sólidas bases de futuro. Por ejemplo, un índice de desarrollo humano del 0,924 (2013) por encima de países como Alemania, Islandia, Dinamarca, Francia o Reino Unido, pero también una industria asentada en sectores con elevado potencial de crecimiento en la economía global, un alto porcentaje de personas con educación terciaria, o su elevado el PIB y renta per cápita que se encuentran a la altura de las regiones más avanzadas de Europa. Sin embargo, también existen una serie de elementos que amenazan la competitividad de nuestras empresas como la brecha en I+D+i frente a países y regiones industriales más avanzados (aunque lideremos la inversión en I+D del Estado: 2,12%/PIB en 2012), los limitados niveles de transferencia tecnológica del sistema y, sobre todo, nuestro bajo nivel de exportaciones de alto nivel tecnológico (debemos dar el salto de líder seguidor a líder tecnológico). El programa de especialización RIS3 liderado por el Departamento de Desarrollo Económico y Competitividad donde se definen las metaprioridades de investigación y desarrollo tecnológico y también una estrategia horizontal de reordenación de la red vasca de ciencia y tecnología que, realizada desde una estrategia compartida con los agentes, contribuirá a minimizar los riesgos.
La innovación, se presenta como una garantía de supervivencia para el reto de construcción de la nueva economía, ya que es un recurso clave para la adaptación de nuestras empresas a la nueva coyuntura. Un nuevo estadio que exige poner en valor nuevas tecnologías y conocimientos de manera recurrente a medida que se van amortizando los avances del pasado. Debemos ser capaces de desarrollar procesos de innovación eficaces y efectivos, además de contar con procesos de generación de conocimiento excelentes, combinados con modelos de negocio capaces de ponerlos en marcha. Modelos que deben ser capaces de evolucionar rápidamente acorde a las exigencias de un mercado globalizado, con clientes y consumidores interconectados donde las distancias y el tiempo se acortan.
La Red Vasca de Ciencia, Tecnología e Innovación (RVCTI) debe ser una parte importante de la respuesta a estos grandes desafíos de Euskadi. Pero debemos entender que la I+D+i no es un fin en sí mismo, es un instrumento, una herramienta para conseguir dichos objetivos. No podemos equivocar la estrategia con las herramientas. En este sentido, es crítico la articulación y rápida adaptación de la política científica y tecnológica basada en la demanda en términos de propuestas de contribución a estos grandes desafíos a los que nos enfrentamos y definidas en la estrategia RIS3. Porque estos grandes desafíos encierran grandes oportunidades, nos proyectan al futuro y son el mecanismo para unir la inversión en ciencia y tecnología con la generación de bienestar: empleo de calidad, actividad económica e ingresos fiscales para contribuir a la riqueza que necesita nuestro país.
El sistema de innovación debe “innovar” y adaptarse a las nuevas claves competitivas que necesita la sociedad, a través de colocar a las empresas, los emprendedores y las organizaciones generadoras de valor a la sociedad como tractores del sistema. En ser más eficiente, simple y con visión integral racionalizando las estructuras de todo el sistema de innovación y con una gobernanza clara, con capacidad de alinear al sistema hacia los objetivos del País evitando la competencia interna innecesaria, invirtiendo sólo en aquello que genera valor y eliminar lo que sobra, medir de forma continua el valor generado, implementar modelos de negocio innovadores que contemplen desde el diseño hasta el servicio postventa y abierto al mundo e interconectado (aliado) con los mejores.
El peor enemigo que tiene hoy la RVCTI es no saber entender el reto de los próximos años. Crecer no significa nunca duplicar capacidades y competencias. Crecer significa saber especializarse en tecnologías, pero sobre todo en mercados y aportando siempre valor. Lo que no aporta valor aporta coste y nos hace menos atractivos. Crecer significa sobre todo mejorar los resultados científicos, tecnológicos y, especialmente, el impacto económico y social por crear productos y tecnologías competitivas en el mercado capaces de generar retornos y hacer sostenible el sistema.